
Indudable es que el fin último de la educación es conseguir un desarrollo global de los discentes, lo vienen aseverando la psicología humanista, la psicología cognitiva y las neurociencias desde hace mucho tiempo. Las emociones están continuamente presentes en el entorno escolar, en las aulas, y por tanto en los aprendizajes y en el clima social que envuelve estos aprendizajes. Es por ello, que se considera una habilidad clave para los docentes el conocer cómo se procesan las emociones, cómo evolucionan, cómo se expresan y controlan, cómo se desarrollan las positivas y cómo se previenen las negativas.
Begoña Ibarrola en su libro Aprendizaje emocionante, afirma que las emociones son estados complejos, fenómenos multidimensionales. En ellas entran en relación cuatro elementos: cognitivo, fisiológico, conductual y expresivo. La importancia de las emociones en el aprendizaje radica en que los estímulos emocionales interactúan con las habilidades cognitivas, repercutiendo al razonamiento, la memoria, la toma de decisiones, la memoria y la disposición para aprender. Las emociones pueden intensificar la actividad de las redes neuronales y reforzar las conexiones sinápticas. La atención viene determinada por la motivación y la emoción, ya que decide qué informaciones se archivan en los circuitos neuronales y, por tanto, se aprenden.

Volviendo a personajes ya muy conocidos por todos, era en 1920 cuando se empezó a mencionar la inteligencia emocional, de la mano de Edward Thornike, el cual diferenciaba tres tipos de inteligencia (abstracta, mecánica y social), esta último se acercaba a lo que conocemos hoy por inteligencia emocional en tanto que expresaba el término relacionándolo como inteligencia social y como la habilidad para comprender a las personas y actuar sabiamente en las relaciones humanas. Posteriormente, en 1983, Howard Gardner, proponía la teoría de las inteligencias múltiples, dentro de las cuales estaban la intra e interpersonal, aproximándose al concepto de inteligencia emocional. Peter Salowey y John D.Mayer en 1977 la definían como “la habilidad para percibir, asimilar, comprender y regular las propias emociones y las de los demás, promoviendo un crecimiento emocional e intelectual”. Concluyendo esta línea, es en 1995 cuando Daniel Goleman con su libro “La inteligencia emocional” hace constatar su importancia y la desglosa en cinco componentes: autoconocimiento emocional (conciencia de uno mismo), autocontrol emocional (autorregulación), automotivación, reconocimiento de emociones ajenas (empatía) y habilidades sociales para las relaciones interpersonales.
Lo cierto es que con la nueva era digital y todos los cambios tan rápidos que están sucediendo en la sociedad, hace que los docentes tengan la imperiosa necesidad de formarse continuamente en muchos ámbitos y áreas. Y a veces, inevitablemente, la inteligencia emocional se relega a una segunda línea de acción.
Buscando el ideal y lo que debería conseguirse es que el aula y el centro escolar permitiera aprender en un ambiente educativo donde se aprendiera rodeado de emociones positivas.
Siguiendo las recomendaciones del estudio “La enseñanza y la gestión de emociones” de Astudillo, Chasi y Flores, referenciado a Elizondo Moreno, Rodríguez y Rodríguez, se dejan un decálogo con diferentes propuestas para la mejora de la motivación de los discentes (2018):
- Aprovechar la expectación del primer día.
- Comience a conocer a los estudiantes.
- Trasladar la importancia de su asignatura.
- Estusiasmar.
- Variar constantemente la metodología de enseñanza.
- Estimular la participación activa de los estudiantes.
- Proporcionar al estudiante que descubra el conocimiento por sí mismos.
- Utilizar el humor.
- Enriquecer la clase con cualquier tipo de recursos.
- Terminar la clase con interrogantes que estimulen la curiosidad.
Durante unas semanas Pedro Zarzoso y Elena Espeitx han atendido a estas necesidades formativas a varios centros, así como también lo harán Elena Sánchez y Diana Paricio. Ambas hilarán el tema de la gestión emocional, tanto del propio docente como de los discentes, aportando ciertas estrategias que puedan contribuir a la posterior intervención.
Una de las ideas claves que nos ha dejado Elena Espeitx es que si nos tocara destacar un aspecto humano sería su cognición social. A las personas nos cuesta menos de un segundo tener una percepción sobre alguien. Pero insiste en la importancia de poder modificar esa primera impresión por dos aspectos relacionados con el aprendizaje; el primero, está unido a la teoría de la amenaza al estereotipo; y el segundo, a la importancia que juega la confianza en el proceso.
En relación al primero, los dominios están estrechamente relacionados con los estereotipos y los aspectos negativos de estos a veces parece que definen a un determinado grupo social y debido a esto se produce una peor ejecución en determinadas conductas. Este hecho generalmente se produce de manera inconsciente y automático y sin duda condiciona el aprendizaje, tanto por transmitirlos como por asimilarlos como nuestros y a veces puede afectarnos a nosotros mismos o a los alumnos. Es por ello de especial relevancia que para no transmitir estereotipos, ¡no hay que tenerlos!. Sabemos que es difícil no tenerlos pero hay que hacer el esfuerzo de modificarlos. No se puede obviar que actuamos conforme a lo que nosotros pensamos. A su vez, la Teoría de la mente nos acerca a la idea de que podemos inferir conductas de otras personas, es decir, a la capacidad de comprender y predecir la conducta de otras personas, sus conocimientos, sus intenciones y creencias. Kant decía que se podía medir la inteligencia de una persona por su capacidad de soportar la incertidumbre. Si unimos las dos aportaciones, podemos decir que el cerebro humano trata de predecir comportamientos externos de otras personas tratando de reducir la incertidumbre del entorno. Para ello, nuestro cerebro usa ciertas herramientas como: el reconocimiento facial de emociones, la expresión emocional a través de la mirada, etc. Y esto, nos hace confiar más o menos en una persona, para que no nos pille desprevenidos. Y sumándolo a que qué le da más placer al ser humano que tener razón; en general, buscamos que las expectativa sobre alguien se cumplan. Y este aspecto, nos da seguridad, pero juega un papel importante en nuestra contra. No somos una tabula rasa, partimos de unas creencias de primer y segundo orden que hace que nuestra valoración sobre esa persona, que se ha emitido en menos de un segundo, venga condicionada, y sí, podemos equivocarnos, deberíamos equivocarnos, y por tanto, deberíamos modificarla. Más aún sabiendo que cuando una persona siente que la otra está confiando en ella, se abre; es decir, se actúa en espejo.
Aquí entra en juego la confianza y la importancia de las habilidades comunicativas, aprendemos de quienes confiamos. Se podría decir que hay cinco necesidades psicosociales y algunas de ellas pueden estar interrelacionadas: la comprensión compartida, el control, la potenciación personal, la confianza y la pertenencia. Desde la teoría de la autodeterminación, y en relación a la confianza, podría ser que una persona al sentirse excluido o incluido, tuviera mayor o menor sentimiento de pertenencia hacia alguien, y eso afectar a su nivel de motivación y por tanto compromiso hacia el aprendizaje. Para evitar la interpretación, las expectativas autocumplidas y la exclusión deberemos recurrir a: mecanismos anticipatorios, mecanismos reactivos, mecanismos que inducen a actuar para establecer el valor relacional y mecanismos que favorezcan la acción colectiva. La capacidad de reacción colectiva vendría de la mano mediante el lanzamiento de ciertos retos, que en principio llevasen a cierta confusión, pero que poco a poco llevaran a la superación.
Pedro Zarzoso, nos dejó una frase que bien podría estar ligado con lo dicho anteriormente, de Mar Romera: “cuando te admiro te miro, cuando te miro te amo, cuando te amo te aprendo.”
